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Licantropía y hechicería clásica

La licantropía no era sino una forma típica de metamorfosis entre las otras conocidas y a las que se asociaba generalmente con algún tipo de ungüento o poción de virtudes mágicas. Así la metamorfosis de Aracne es atribuida por Ovidio (Met., IV, 140) a los "jugos de una hierba de Hécate", mientras que Virgilio (Eneid., VII, 20) achacaba a las "hierbas de virtudes mágicas" las metamorfosis provocadas por la maga Circe. También las hechiceras de Luciano (Luc., 12) y Apuleyo (Met., III, 21) cambiaban de forma tras untarse desde los pies al cabello con un ungüento aceitoso. Y en lo que en concreto a la licantropía concierne y a su relación con el empleo de drogas vegetales (antropine) capaces de alterar los estados de conciencia, Virgilio (Buc., VIII, 97) nos cuenta como Meris, reputado hechicero, llegaba a convertirse en lobo tantas veces cuantas quería gracias al empleo de ellas.

Licantropía y hechicería.
En la Antigüedad la licantropía aparece a menudo relacionada con Hécate (Wagner,1989: 88 ss) quién llegó a convertirse en la divinidad que presidia por excelencia las actividades mágicas y las prácticas hechiceriles, hasta tal punto que, con el paso del tiempo, las dos hechiceras más populares, Circe y Medea, tornáronse hijas suyas. También se puede observar una estrecha vinculación entre la Luna y la licantropía. La Luna era considerada patrona especial y madre de los magos, como se comprueba por ejemplo en Ovidio (Met., XIV, 105), y como tal presidía las metamorfosis. Pero Selene, la Luna, no era sino el aspecto celeste de Hécate triforme, señora de los mysteria brujescos y de las crisis de melancolía y licantropía. Hécate poseía asimismo un claro carácter ctónico, por lo que se la relacionaba también con el lobo, cuya forma indicaba frecuentemente la presencia de un espíritu del mundo subterráneo anunciador de la muerte. Precisamente uno de los epítetos mas comunes de Hécate era el de Mormo, que no es sino una forma abreviada de Mormolice, La Loba Mormo, especie de genio terrorífico que pasaba por ser la nodriza de Aqueronte.

Hécate misma era a menudo representada en compañía de perros y lobos y en ocasiones llegaba a adquirir su aspecto. Además, una vieja tradición emparentaba a Hécate con Leto, madre de Apolo,, quien había adoptado la forma de loba para burlar la persecución de que era objeto por parte de Hera, celosa de sus amoríos con Zeus, y poder alumbrar así a sus dos gemelos. Una versión posterior de la misma llegó incluso a convertir a Hécate en hija de Leto. De esta forma, la diosa triforme emparentaba con Apolo, al cual aparece consagrado particularmente el lobo, cuya imagen aparecía frecuentemente asociada al dios en las monedas, y quien portaba epítetos como Lykeios, el lobo, o Lycogenes, nacido del lobo. El propio Apolo, según el mito, había adoptado en una ocasión la forma de este animal para unirse con la ninfa Cirene.

Hécate y el lobo pertenecía, por consiguiente, al mismo mundo tenebroso de las moradas subterráneas, lo que nos lleva a plantear la relación existente entre la licantropía, como una determinada manifestación de la hechicería clásica, y el chamanismo primitivo, por más que tal conexión haya sido anteriormente rechazada por el mismo Mircea Eliade. El perro, animal funerario por excelencia, y compañero habitual de Hécate, pertenece de lleno a la simbología chamánica. El propio Apolo se encuentra relacionado con un antiquísimo substrato chamánico a través de personajes como Abaris y Aristeas de Proconeso. Cabe recordar, asimismo, la estrecha conexión entre Apolo y la leyenda de los Hiperbóreos, pueblo mítico al que los griegos atribuían el conocimiento de todos los secretos de la magia. Una magia que, como en el caso de Abaris, se nos muestra especialmente relacionada con el chamanismo.

De nuevo el chamanismo.
Algunos otros datos vienen a reforzar esta conexión entre el lobo, la licantropía clásica y el chamanismo primitivo. Así Herodoto afirmaba, como hemos visto, que los ya mencionados neuros que protagonizaban metamorfosis en lobos, eran en usos y costumbres similares a los escitas, pueblo en el que la existencia del chamanismo esta suficientemente acreditada. Por último, la mitología proporciona otro dato en el mito de Teófane, heroína tracia raptada por Poseidón, que convirtió a sus numerosos pretendientes en lobos. Señalaremos ahora que Poseidón ha sido identificado también como una divinidad estrechamente vinculada con el mundo de los antiguos chamanes (Butterworth, 1966: 141 y 145 ss).

Algunos aspectos del mito de Licaón y de los ritos arcadios que hemos visto más atrás pueden venir a reforzar en vínculo detectado entre la licantropía clásica y el chamanismo primitivo. Recordemos, en primer lugar, que la víctima humana ofrecida por Licaón a Zeus había sido previamente despedazada y mezclada luego con otros restos de animales, lo que se asemeja muy de cerca con el despedazamiento simbólico y la renovación, no menos simbólica, de los órganos y vísceras del cuerpo que representan la muerte y el renacimiento místicos necesarios para la iniciación de todo chaman. El mismo Arcade, nieto del legendario rey, se relaciona indirectamente con el chamanismo por medio de su nodriza Maya, que era también la madre de Hermes, divinidad que ha sido identificada con los poderes del chaman (Butterworth, 1966: 153 ss).

Por otra parte, los ritos arcadios resultan de un particular interés. Según hemos visto, una de aquellas ceremonias consistía en atravesar a nado un estanque después de los cual se adquiría la forma de lobo. No creo que sea necesario insistir en el simbolismo funerario de este animal, pero tal vez si sea conveniente recordar que el viaje a través de las aguas se encuentra muy a menudo asociado a los descensos al mundo subterráneo característicos de las experiencias chamánicas. El plazo de nueve años necesario, según la leyenda, para recobrar la originaria forma humana, recuerda el simbolismo del número místico 9 que, al igual que el 7, representa en la ideología chamánica los diversos niveles del Mundo Superior o aquellos otros del Mundo Inferior, de tal forma que podría estar simbolizando las nueve fases de la iniciación subterránea tras la cual el sujeto “renace” a su categoría de hombre. Durante todo aquel tiempo vivía con sus congéneres los lobos, lo que es tanto como decir que permanecía en compañía de los espíritus del submundo, por lo que todo el relato parece estar describiendo el descenso iniciático del chaman a los infiernos.

También se pueden detectar vestigios de un antiguo sustrarto chamánico en el culto arcadio a Zeus Lykeios. Aquí encontramos una vez más el despedazamiento ritual de la víctima humana junto con la transformación en lobos de los que gustasen comer de tal sacrificio. Recordemos, de paso, que el culto de Zeus Lykeios había sustituido a otro más antiguo protagonizado por una divinidad-lobo. Según el mito con el que este culto se relaciona, Licaón, habría ofrecido a Zeus los restos de un niño que en ocasiones es su hijo Nictimo y otras su nieto Arcade. Hay un episodio similar en el mito de Tántalo que, como es sabido, había querido poner a prueba a los dioses ofreciéndoles como alimento los restos cocinados de su hijo Pélope, y que ha sido identificado como el rito iniciático de un chamám (Butterworth, 1966: 133 ss).

Parece, por consiguiente, que el mito de Licaón, evoca una iniciación chamánica, por lo que muy probablemente los sacrificios ofrecidos a Zeus Lykeios no fueran sino representaciones simbólicas de ritos semejantes de una gran antigüedad, lo que encaja bien con la evidencia proporcionada por las investigaciones arqueológicas, que no han podido corroborar la existencia de restos humanos en el santuario del Monte Liqueo (Wagner, 1989: 91 ss). En realidad tales sacrificios no eran sino el reflejo distorsionado de viejos ritos chamánicos que servían de base a la leyenda de que aquellos que comieran de las víctimas quedarían convertidos en lobos, esto es, que adquirirían los poderes propios de los espíritus del mundo inferior.

El plazo de nueve años necesario para recuperar la forma humana evoca los nueve estadios de la iniciación subterránea, y la prohibición de ingerir alimento humano durante todo ese tiempo, que figura también en la leyenda relativa al estanque, tal vez sea un recuerdo deformado de otro elemento que sin duda originariamente formaba parte del proceso, el ayuno ritual que precedía a la iniciación. por otra parte, el santuario de zeus Lykeios se ubicaba en la cumbre de un monte, en cuya cima se hallaba también un manantial sagrado, el Hagno, cuyas aguas, que se decía fluían eternamente, tocaba con una rama de roble el sacerdote a fin de provocar la lluvia (Pausanias, VIII, 31, 2; 38, 2 ss), lo que también evoca un paisaje familiar en la cosmología chamánica, La Montaña Cósmica, o centro del Mundo, junto con el Árbol sagrado y el Agua de la Vida.

Los datos procedentes de otros contextos culturales en los que la utilización de plantas enteógenas se vincula a mitos primordiales de contenido botánico, en los que los espíritus o divinidades proporcionaron a los humanos la posibilidad de establecer contacto con el mundo sobrenatural por medio de de plantas sagradas -que fueron creadas de los restos desmenbrados de un hombre o de un niño (Furst, 1976: 88-90 y 93 ss)- resultan esclarecedores. En la Grecia antigua el mito arcadio de Licaón, asociado al culto de Zeus Lykeios, se relaciona específicamente con el mito pelasgo de la creación, hasta el punto que contiene, como otros mitos de origen, el recuerdo de un diluvio primitivo, provocado en este caso por la ira de Zeus contra sus impíos hijos. Este culto de Zeus en la Arcadia estaba también relacionado con la lluvia, al igual que el dios de la lluvia azteca, Tlaloc, estaba asociado a un hongo enteógeno y en su culto intervenían también, según la tradición, sacrificios de niños.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

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Carlos G. Wagner dijo...

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Saludos




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